Me invitaron a colaborar en un periódico local de Tijuana.
No digo fechas para no herir sentimientos porque han sido mas de dos los que a la misma hora me han convidado.
Les ha gustado lo que escribo en esta página y el tipo de audiencia que sostengo [buscadores de Google what not] pero más les ha gustado la crítica que dirijo a los periódicos locales de Tj no por la ineficiencia de los mencionados sino por su falta de creatividad y las opiniones de política exterior que sostengo amén de las ideas sobre la política interior del país (México). Bueno.
El periódico tiene página web y además le da por documentar sus páginas en documentos .pdf.
Verifiqué el IP address del e-mail y hasta hablé por teléfono al número que me proporcionaron al cual al recibir a la recepcionista prontamente me re-dirijió a la debida extensión.
Lo peor de todo: fui invitado por una enemistad acérrima que tengo por la blósfera tijuanense.
La suma monetaria que me ofrecían por conceptos de autoría intelectual [quién sepa qué sea eso] era, para mi sorpresa, muy arriba de lo que se podía esperar por tales servicios.
Lo sé porque le escribí a varias de mis amistades blogueras, que me debían varios favores, hemos de enfatizar, y que se dedican al business del periodismo, por los precios que cobran la gente de talla como Federico Campbell, Blancornelas o Fernando del Monte. No para pedir lo mismo sino para tentar aguas y así poder saber negociar precios, después del todo, ¿who am I para pedir salarios como la xente antes mencionada?
Decliné la oferta.
Y es que soy re-malo para someterme al exégesis de lo cotidiano bajo las premisas de la obligación.
Si escribo es porque me dan las ganas.
Escribir sin obligación es priceless.
La verdad es que el blog de Síndrome de Estocolmo me da una libertad que ni el más educado del estado de Nuevo León podría obtener en un safari en el África.
Aquí hago lo que se me pegue en gana.
Aquí tengo la libertad que la fama de CONACULTA o La Jornada no me pueden dar.
Aquí digo lo que se me pegue en gana sin tener que medir palabra.
Aquí lo formal y lo informal se mezclan sin el miedo ese de las normas que la sociedad exige para los demás.
Además, he descubierto que lo único que quería el susodicho proponente era echarle tierra al Rafadro y al Yépez.
Yo no le echo tierra a los mios. Que el Rafa o el Yépez no sean los personajes que son en su propia tierra es más que irónico.
* en vino veritas
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