A decir verdad si me llovió. Que si no me tentaba el corazón, que si no sentía la más mínima compasión cuando las letras que salen de mis dedos maltorcidos y con más historias que contar que mi mente maldefectuosa despedían sus malolientes diatribas. Que si la espuria de mis pensamientos no tiene límite blah, blah, etcétera, etcétera. Reacción.
Yo digo que si alguien tiene el valor de escribir algo y ponerlo para que dé réditos y por demás económicos tiene en toda su sana mentalidad que esperar un poco de crítica.
Ahora, se me acusa de que mi crítica es vulgar, insana (sepa que sea eso, ya estoy como Fox (ambos cuatro)) [a lo mejor insane?]. Que no mido distancia ni sigo protocolo, que no hay pues respeto para estos señores «Rafa et al» que dejan en tal alto el nombre de Tijuana [porque nótese, dónde se es posible, que la voz femenina de Tijuana no existe [a no ser que Cristina Rivera sea tijuanense porque uno no sabe qué es (más que fronteriza)] {y bueno Julio para que tanto encerramiento, ya paréntisis, ya corchetes [y no introduce nada nuevo ¿eh?] ya curly braces} (¿alguien que sepa como se llaman esas madres en castellano?) y creo que hasta comillas castellanas hay por ahí ¿¡?!
Soy un simple lector, es todo. Reacción.
Las letras de aquellos Otros causan eso en mi. Y como buen hispano dejo salir todo la bilis al instante. Como el cafe Combate que se vende por la calle Primera contra esquina a la Guadalupana.
La gente que escribió en Letras Libres merecen mi respeto, sí, pero no esperen a que por ello respete lo que salga de sus mentes. Sería inédito, dentro las letras de Síndrome de Estocolmo, no ser franco hasta caer en lo burdo.
Una vez el texto fuera de la persona, ya en la arena pública, deja esa simbiosis lejos de sí, se torna independiente, del dominio público. Quizá haiga otros que les guste el texto que estos señores producen, muy allá ellos, pero aquí explayamos el rechazo como filosofía, como estilo de vida, como debate de ideas, como parte de la formación al ser que debate en ser.
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