Lo enciendo y se produce una flama.
Que igual al producir la fricción la chispa,
cual llama al contacto de combustible, me causas al pensar en ti.
Se apaga y el calor persiste:
Ligera aura de lava.
Tras una erupción inanunciada.
Qué dulce encuentro entre risas, humaradas y una noche en Comala.
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Aquella noche las estrellas brillaban con baja intensidad.
Una noche donde la tierra se encontraba más alejada de los demás.
Fue cuando te encontré, y mi universo se halló con el tuyo.
Me comporté como un animal, sólo te quería más cerca de mi.
Y los astros celestiales se aliniaron como nunca en mil años.
Fingí ser Pegasus y vólamos una constelación entera, y vimos las luces del espacio una por una, eran tan blancas como el amor que nos unió.
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Yo estuvé ahí.
Escalera tras escalera mis ojos presenciaron la mueca del dolor.
Y mis oidos cada hueso romperse.
Era, después de varios años enterrada, una nueva diosa de la identidad, eso lo vi también, su desenterramiento.
Coyolxauhqui, le vi caer pedazos suyos como las lágrimas que me escurrían.
La luna esa noche era llena y un aullido se escuchó en Coyoacán.
Se partió de ahí un nuevo ser de la historia.
Y así quedó hasta varios siglos más luego.
Justo cuando la luz del día le dio, sonrieron mis labios de nuevo.
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