Ambos lucían completamente de negro y entrando por uno de los ventanales que se veían desde el presbiterio, bajaron con soga dando en la nave lateral izquierda. Se encaminaron a la recámara del nuevo sacerdote. Al cura lo amagaron, eran si apenas las 12 de la noche y la misa de Gallo tenían años sin oficiarla. Por eso fue fácil entrar y sorprender al Padre quién en batas platicaba muy a gusto con el joven monaguillo en el interior de su recámara. Les vendaron los ojos y les pusieron cinta adhesiva duck tape en la boca.
Se aseguraron que todas las puertas de la Catedral estuvieren bien cerradas, para que ni una alma en pena entrara, sólo entraba el bullicio de la urbe citadina.
Él y ella eran enemigos de esa institución a la cual le achacaban crímenes de lesa humanidad. Se besaron mientras sus ojos miraban el interior de la catedral vacía para consumir con placer el éxito de la fase inicial de su plan. Resonó el smack del beso. Ya consumida la primera fase del plan, no se dijeron palabras, tenían meses planeando y ensayando este ataque al esteticismo de la institución.
Habían escogido esta catedral justo porque su valor ante la ciudadanía era inmenso ya que las vidrierías eran de sumo valor y siempre atraían turismo. Las bancas de madera habían sido labradas por manos expertas provenientes desde la Italia misma. El altar era el premio, contenía una figura del cristo católico y al cual recién le fue restaruada su cruz pagado todo por el rico de la ciudad, Don Armendáriz López de la Vega. El mismo López de la Vega quién fundo el partido político BREAD y máximo líder del falangismo regional, impulsor de los valores católicos en la ciudad y hombre destacado de negocios. El impacto del suceso en la mañana iba a ser grande.
Sacaron de la mochila treinta y tres botes de pintura aerosol de diversos colores. Los pusieron en hilera en la alfombra roja que daba al altar del cristo.
10 botes de pintura negra metálica, 5 botes de rojo diablo flamante, 3 de escarlata, 5 de azul Himalaya y 10 de amarillo brillante. Los pusieron en orden en el suelo. Habían acordado traer auriculares pero se permitirían sólo 10 minutos de los 40 planeados para la obra cada uno. Se turnarían el sonido de la música que le daría ritmo al acto vengativo.
La sacristía fue donde empezaron. Ella tenía ganas de empezar con escarlata y las paredes las lleno de ese color. El techo lo lleno de negro. Después se fue a la columna dórica, orgullo de la ciudad ya que fue donde reposó la mano el obispo de las Américas mientrás descansaba para agarrar aire. Una columna famosa porque no tardó en darse la creencia de que causaba milagrosas curaciones de menor grado (lease crudas, espinillas, agruras y achaques psicológicos) si tan sólo recargaba la mano uno mientras oraba. La llenaron de amarillo con rayas azules.
Él se fue a las pinturas de los sacerdotes, obispos y demás servidores del evangelio que cubrían las paredes de la nave lateral derecha. Su coraje fue tanto que los botes de color negro que quedaban casi no le alcanzaban para terminar lo que se había propuesto, sólo les dejaba los ojos al descubierto tras llenar los cuadros de pintura negra.
El Locus Apellationis y las bancas fueron lo último y estas terminaron todas manchadas de rojo.
Les sobraron cinco minutos y se quedaron viendo su obra, tomaron fotografías y se les dibujo una sonrisa de complacencia en sus labios. Sólo quedaba hacer la llamada, notificar a la policía y mandar el fax a los periódicos regionales con el Manifiesto del por qué.
Se fueron a terminar su obra y descansar, mañana estaría en las noticias todo su trabajo y quizá empezaría así la reforma que ansiaban ocasionaría su trabajo.