Hay pocas escritoras en castellano con el poder suficiente como para hacerme que les recuerde. Entre ellas está Isabel Allende de Chile con todo y sus novelas, inclusive Paula la cual cautivó mi corazón; Giaconda Belli de Nicaragüa con La Mujer Habitada; Y por último Rosario Castellanos.
Por aquellos entonces andaba ganoso de una mexicana y ella se me presentó, Rosario Castellanos. La conocí en un estante de la biblioteca de mi universidad. La vi y sus tomos se me hicieron grandes y gruesos. La agarre de la espalda, como todo buen libro debe agarrarse.
Es chiapaneca, una de esas pocas mujeres en México que son Grandes e Ilustres pero que en el sistema patriarcal de México no hay lugar para ellas. Me enamoré, acaraciaba el tomo como si las palabras de sus textos me penetraran despacio, poco a poco, causandome un lento y exquisito deleite. No la dejaba en paz, siempre la leia, pero una vez de Södertälje a Estocolmo se me olvido la mochila en el tranvía. Me dolió mucho perderla a causa de un sueño pesado que me embargó. Desde entonces no la he vuelto a ver. Tengo la fe de que vuelva. ¿Será?
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