20 de abril de 2006

Nuevo Foreign Affairs en Español Parte II y última porque me da hueva leer lo demás y sentir un compromiso ante un lector evasivo

Uno de los mitos menos creibles que hay sobre los mexicanos es que somos muy pacientes. Visto desde una óptica histórica los estudiosos de la vida pata rajada sacan conclusiones de que para quejarnos aguantamos un resto y cuando ya no podemos más entonces las puertas del infierno cual Auguste Rodin plasmó se abren para darle rienda a lo que los mismos comentaristas llaman como el México bravo, bruto. Nada más lejos de la realidad, las últimas gráficas son una mentira sin par, somos más impacientes que la chingada y el sexenio de Vicente Fox lo demuestra. Al cuarto año de su mandato la gente ya lo daba por acabado y las esperanzas por el cambio se habían tornado en un caldo aguado que habría que digerir por los siguientes dos años. Una de mis mejores amigas que tengo en el DF, Asakhira, me espetó en una comida de medianoche que cuales cambios, que Fox defraudó.

Insisto, ha habido cambios en nuestro país y no sé qué, Asakhira, con los otros millones de mexicanos igual que ella, piensen, pero a mi me ha quedado muy claro, sí ha habido cambios pero la impaciencia mexicana no lo permite ver. Como todo, después se hablará bien del primer presidente de México que no es de padres mexicanos, el vasco sí hizo algo pero no todo lo que anunció, algo debimos de sospechar cuando dijo que arreglaría la problemática de Chiapas en 15 minutos. 2
Entre los fracasos del presidente Fox sobresale la reforma estructural de la economía. Para los defensores del mercado, estas reformas son una condición sine qua non para que la economía mexicana crezca a buen ritmo, obtenga un mejor provecho del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y coloque al país en mejores condiciones para competir con las pujantes economías emergentes de Asia y Europa del Este.

La creciente pluralización de la arena electoral mexicana, la misma que deterioró sin remedio la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y democratizó el régimen, inauguró también una era de gobierno dividido, fenómeno no visto en México desde la década de 1920. Este fenómeno ocurre cuando el partido del presidente no cuenta con una mayoría en una o ambas cámaras del congreso. Comparado con el gobierno unificado, dada la diferencia de intereses, tanto en el interior de la legislatura como entre la legislatura y el ejecutivo, ello vuelve áspero el proceso legislativo y dificulta llevar a cabo cambios importantes al statu quo.


Aunque confieso una cosa: Vicente Fox no es un estadista como tampoco supo trabajar y tomar por los cuernos el toro que los mexicanos le pusieron enfrente de sí el 2000. Vicente Fox no se caracterizó por trabajar con el congreso o el senado sino que muy al contrario los representantes de ambas cámaras y de su partido se aprovecharon de la confianza que los mexicanos les dieron a salvarguardar e hicieron de las leyes un botín económico para ellos y sus clientes, en lo particular, el peor ejemplo de este mexicanismo agandallador es Diego Fernandez de Cevallos que pido, si es que el infierno existe, que ahí se pudrá en las profundidades de los fondos de los infiernos de Dante. 1
CONCLUSIÓN

Acusar al gobierno dividido de la parálisis en el tema de reformas estructurales equivale a culpar al electorado mexicano, que es quien al fin y al cabo el que decide la conformación de los poderes del gobierno. El electorado, sin embargo, no se equivoca, por la simple razón de que no es un actor unitario con una voluntad general y armónica. Por el contrario, el electorado es un conjunto de intereses individuales distintos y contradictorios.

Concedemos que sería preferible que el presidente en México pudiera llevar a cabo su proyecto de gobierno político. No obstante, no es menester reformar las instituciones para simplificar esta tarea. Es responsabilidad de los emprendedores políticos y sus partidos volver a aprender a construir mayorías. Su trabajo consiste en abrir nuevas líneas de enfrentamiento político que superen el actual impasse en el electorado. Negociar implica dar para recibir. Resulta ingenuo pensar que los opositores a las reformas las aprobarán altruistamente porque constituyen lo mejor para el país. Los frenos y contrapesos de nuestra constitución, que exigen altos niveles de consenso para tomar las decisiones de gran importancia, tienen razones sobradas para existir, expuestas magistralmente por Madison y sus coautores del Federalista. Sería poco prudente hacerlas a un lado para sobreponer un conflicto coyuntural.


Ahora, el pedo de Fox, al igual que su antecesor, parece más estar al servicio de ideologias, o por lo menos se refugían en ellas, para servir a su propios intereses y no la de los mexicanos, por ende, el grito de que le digas no al populismo resona a un viejo y arcaico comunismo que nada tiene que ver con la realidad presente la cual es el deseo general del mexicano: un bienestar para todos los mexicanos por el cual hemos estado esprando pacientemente desde que la Revolución Mexicana culminó.


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