7 de febrero de 2006

2nda parte - Punto B

Enfrente de mi va una chica joven, algunos 23 años, rumbo al trabajo, me imagino, ¿qué más? son las 7am y es martes. Es entonces que me acuerdo de las piernas de Erika. Mi amiga más íntima, con ella no había ningún secreto. Todo no lo sabiamos. Es ella la que mi mente busca en el reflejo de la ventana cuando lanzo mi mirada hacia el vacío que la vista de la ventana del vagón me da cuando miro los edificios de Estocolmo y donde se ve reflejada la chica.

Nuunca la amé, nunca le busque hacer el amor ni tampoco me interesó saber más sobre el lunar que tenía cerca del pezón en su seno izquierdo, su favorito, el cual, de por cierto, tenía una historia larga, larga, que Erika la Roja, como le decía de cariño, me contaba cada vez que la mirada cambiarse de ropa en la botica en la que trabajaba. Sorpresivamente nunca me acusó de joto, ni mucho menos me reclamó que nunca le dijiera que tenía un cuerpo como para hacerse varias masturbaciones en noches de soledad. Sabía muy bien qué tipo de mujeres me gustaban y además, sus amigas le venían con el chisme luego luego cada vez que sabían que me había acostado con zutana o mangana. Así nos gustaba, teníamos a todos en vilo y así ella sabía de mis andadas y yo las de ella.

Creían que andabamos juntos. Nunca desmentimos ni afirmamos nada. Nunca nos contabamos tampoco lo que haciamos con nuestras parejas, creo que concordabamos mucho en que el sexo era uno de los actos más overrated que pueda haber en el mundo como cuando me dijo aquella vez que perdió su virginidad y cuando concordé con ella cuando yo perdí la mia. Mas siempre me dejaba pensando cada vez que me me mencionaba "y me quedé con él un rato" tras decirme que había pasado la noche con tal y tal. Siempre me he sentido raro quedarme con alguien después del acto sexual y me voy tan pronto acabo. Nunca pude entender como es que ella sí lo podía hacer.

Creo que nuestra relación se debió mucho a que entre nosotros nuestros cuerpos descansaban de ese ajetreo de atracción sexual que hay entre mujer y hombre, de la carrera carnal de buscarse los buenos atributos entre sí, buenas nalgas, buenas piernas, buenos looks, buenas chichis what not. Podíamos ser quienes eramos sin miedo al tabú, ni las religiones ni nada, eramos, simple y sencillamente Erika y Giordano. Y pensar que todo empezó por las piernas.

Estabamos los dos tomando el sol en playas de Tijuana, cerca de Punta Bandera, por San Antonio de los Buenos, queriendo tostar mis piernas hasta que quedaran como las de ellas. Antes le había mirado corriendo por las arenas mojadas unos minutos y noté sus piernas morenas, prietas, con unos vellos negros, lindos, me miró mirándola y puntualizó las mias, que güeras me dijo, deberías de acostarte a mi lado, así se pondrán como las mias me dijo. Le hice caso sin más ni menos y así, crecimos juntos descubriéndonos poco a poco hasta que llegó nuestra adolescencia, nuestra adultez joven. Realmente nuestro amistad nunca sacó aflote a discusión el del por qué tanta la confianza. No fue hasta que mi interes por la literatura jáponesa, la cual llegó a mí como un correo retrasado, que me puse a pensar en mi sexual drive.

Yukio Mishima discute mucho este tipo de sentimiento carnal. El deseo sexual, como la molestia que viene siendo. El peor acto de satisfacción que tanto pide para que dure tan poco. Una vez se lo confesé. El sexo me da flojera, le dije una tarde en pleno mes de Semana Santa y hasta elegí el día, Viernes Santo cuando se dice que Cristo sufrió las tentaciones del diablo, mientrás consumíamos carne blanca. "Es que no te has enamorado" contestó Erika la Roja. Me dio Erikitis, que es lo que me daba cada vez que Erika abría una nueva línea de conversación en nuestro repartorio de free parlance. Pero te equivocas, agregó, porque Mishima habla más de como la sociedad japonesa, tanto como la inglesa en ciertos respectos, a principios del siglo XX, y como obligababan a todos los hombres casarse y tener hijos aún siendo estos últimos homosexuales. Habla de tener sangre fría, de sacar venganza de viejas rencillas y conservar rencores hasta la muerte. El que sí demostró el tipo de amor al que te refieres es Kazuo Ishiguro, en su novela, Remains of the Day. Amor platónico, amor entre lo obligatorio y lo personal, amor al oficio.

Nuestras conversaciones duraban hasta meses sin interrupción alguna y bien podían pasar semanas sin vernos y todo parecía como si la conversación la hubiesemos dejado para pensar mejor las palabras que iban con el tema. Así caminabamos también, nos íbamos caminando por todo el Boulevard Agua Caliente hasta llegar a la Lázaro Cárdenas, a veces sin decirnos ni una palabra por todo el camino, eso sí, volteabamos al son de un reloj, juntos, cada vez que veíamos la Plaza de Toros.

El Metro llegó a su destino y la voz del audífono me sacó de mis pensamientos. Hace 15 años que no sé de Erika, y mi corazón late rápido al pensar cuanto tiempo ha pasado desde que deje Tijuana para irme al extranjero. Erika, te dedico estos pensamientos a ti.


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