10 de noviembre de 2005

7 minificciones suecas en siete días: parte C

De todas las risas posibles la que más disfruté fue cuando caí enfermo con fiebre.

Traeme unas tabletas de penicilina de la farmacia, le dije sin pensar dos veces.

Automedicarse no es la gran cosa.

Necesito receta para eso, me dice, de manera como diciendome extranjero, con esa mirada que me socava la razón and it alienates me from all. Que hace que el color de mi piel pese, like a ton of bricks.

Resisto la enfermedad y resisto la introusión de la realidad en mi vida, resisto creer que mi lecho está hecho por IKEA y que la lámpara en mi nightstand no es de Frälsningarmén como se les conoce a la Salvation Army aquí.

Desenbuchó al verme tirado en la cama abranzando el sarape que compramos en Odenplan, Stockholm, al extramadamente caro precio de 300 coronas suecas: así perdí a un hijo, me dijo con esa mirada, con esos ojos azules, por fiebre.

Yo tenía un recuerdo a la mano, una solución a mi problema y unas terribles ansias de Gusano Rojo.

A estas horas estuviere en cama, con jitómates tostaditos dentro de un par de calcetines viejos bien puestos en las plantas de mi pies, y una bufanda enrollada con jitómates chorreando de lo caliente por todo mi cuello. Quería pildoras, penicilina, y se antojaba un chorro de mezcal, afuera, hacía frío, la depresión cerraba cortinas, como el día en estos días otoñales, a las 4 de la tarde, oscurocía.

Me dieron anginas. Al hijo de Erika le dio fiebre y lo dejaron sufriendo hasta el último momento. No sabían que hacer, hasta que el doctor llego con su botiquín. Too late. Two hours too late.

Aquí aprendí a apreciar aquellas rondas por el patio de la casa que compartimos en la independencia. Mi jechu y yo. Estaba ya ruquita la ñora. Pero si la agarraba uno del brazo ella caminaba con su bastón. No podíamos caminar mucho por el patio no porque no fuera grande ni espacioso, muy al contrario, la bronca es que había demasiadas plantas. La ruda esto, el oregano aquello, el té de manzanilla esto. Cada planta tenía un remedio. A la quinta planta ya le pesaban los años, el conocimiento, el aire para soltar la verdad de las matas en macetas de latas Herdez. Nunca le hice caso.

Erika me mira. Los problemas del primer mundo son tragedias del conocimiento casero perdido; de repente la voz de la experiencia desaparece. Dependen de otros, del quality knowhow.

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