Curiosamente mientras baikiaba a mi canton me di color. De la casa de la madre de mi suegro no es más de dos cuadras pero como es de bajada al ir de bajadita te pega el viento de lleno. De antaño tenía ganas de querer escribir sobre este fenómeno sueco pero nunca hasta ahora pude comprenderlo en su totalidad, esa bajadita éste día me dio la respuesta. El aire olía a putrefacción.
Comprendí todo en este caso. Y lo yace en las estaciones del año, de un paso al otro. Es natural, después de las buenas entre el verano y el otoño ocurre lo que nadie quiere ver: la descomposición.
Aquí se le llama Rötmånad.
Me fascinó desde la primera vez que cayó en mis oídos como un quinto en una rockola.
Y sin comprenderla le seguí sus pasos.
Hasta dar con su rastro hoy.
Las cosas se pudren compa.
Lo curioso es que adquiere un tinte de superstición, por ejemplo, hoy fuimos de compras. Mi mujer, quien es la sueca, off course, quería ir de la tienda, unos 20 kim de distancia, a mi casa, lo más pronto posible como si la carne que compramos en la tienda fuese echarse a perder en cuestión de unos minutos porque ni a la hora llega el viaje el recorrido del tramo antes mencionado. Pero venga, tampoco estoy para cuestionar la fe intachable que mi vieja le tiene a las costumbres de su pueblo aunque eso me cause espasmos de escepticismo y burla ante lo que ocurre a mi alrededor. El caso es que la gente cree verdaderamente que las cosas se echan a perder con el simple contacto de aire de estos últimos de Julio.
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