26 de septiembre de 2006

Sed

Anoche estudiaba el color del sudor.

Le recorría lentamente por el cuerpo

a mi amante predilecta.

Decidí amarla, anoche, mientrás el vaho de la madraguda lucía las gotas

que mojaron
el paladar
de mi pasión

por sentir el cuerpo latir al frotarle mis palabras
y colmarla
de esas falsas esperanzas que un amante de mi tipo sólo puede proporcionar cualesquier cuarto de whor-a.

No resiento mi posición en su vida, ni me dan celos, la dejo ir y escucho atento sus alaridos que nadie puede colmar más que uno.

Escurría en ese cuerpo lleno de dolor, de placer mientrás yo ni me conmovía, quizá ese era su dolor, quizá ese era su placer.

Quizá ese es mi éxtasis, verla sudar, gozar sin detenimiento, no como yo, que ni en el climax, logro relajarme.

Se corrió la voz, entre sus amigas. Ahora soy un Gigolo. No me importa. Es una labor de caridad, entre hombres de mi edad, hacerle el amor a mujeres que me pagan por conocerlas, es la maldad más benigna que he conocido.

Maridos, no me echen culpa, echénsela a está maldita humanidad que no distingue entre sus morales, sus principios católicos, sus conciencias falsas y sus identidades verdaderas de lo que un hombre debe de ser por estos días.

A mi qué me importa, dicen que un orgasmo al día es la fuente de la juventud.

Su matiz, su tinte, la gama de sangre fría.

Anoche, estudiaba el color del sudor.


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