Cada día que pasa leo menos libros. Este año no hay lectura más que internet, periódicos online suecos, mexicanos y americanos amén del BBC mas de vez en cuando me doy el gusto de comprar el International Herald Tribune y aunque las noticias esten un tanto retrasadas los artículos de William Safire son priceless pues pocos le llegan a los talones al lexicógrafo judío, susurro al consciente de Ariel Sharon y fiel incondicional de la ideología Likudista. Hubiere un lexicógrafo de la talla de Willian Safire en México quizá el lenguaje mexicano tuviere otros matices más allá del pantano negro y apestoso en que se encuentran las palabras mexicanas. Algunas revistas, como la que El País dá en su edición dominical, llegan a mis manos, un recordatorio físico cortesía de mi biblioteca local que puntualiza mi extrajeridad en estas tierras nonsanctas [el español imprimido es escaso: noticias, noticias de lo nuestro] y que me une con las manos de otros latinos de mi comunidad, pues no soy el único que leé esas revistas, mas hojeo más que leo. La única voz que de ahí me interesa es la de Rosa Montero. Casi no leo blogs en sueco, muy raro, pero si leo mucho dos blogs en inglés, de política interior y política exterior ambos de tendencias izquierdistas y blogs en español, sólo los tijuanenses y los de Raza Cósmica. Hoy en día reducidos a un trickle de su heyday pues si leo a lo mucho a unos 8 ó 10 a lo máximo y para acabarla de chingar estoy empezando a leer a Heriberto Yépez, así de mala está la situación de las letras de la blósfera tijuanense. Hojeo muchos libros, tengo cualquier cantidad de libros regados en casa, en el primer y segundo piso, en el baño, en los estantes improvisados y varios alféizares de las multiples ventanas que mi hogar posee, donde puede variar la lectura entre la página 20 a la página 50. Este año no tengo disciplina y a la vez es recomfortante y a la vez inquietante, en la lectura hay que tener un poco de disciplina, leerse una novela (un libro) entera de vez en cuando, si no, la fragmentación fragmenta el espíritu también. Se vuelven demasiadas voces y uno deambula sólo entre las multitudes que tienen algo que decir. Hay que detenerse de vez en cuando y sostener una conversación para poder comprender mejor el ruido.
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