2 de noviembre de 2004

de lazos que el tiempo tarda en entrelazar

La vi de reojo y me salió la pregunta. Y es que me recuerda el momento de la indecidia. Yacía ahí desde hace meses, estaba lista para salir de la casa, era nada más de agarrarla y llevarmela, pero no, la indecisión me detuvo. Hace tanto de ello, es un sobre que ha sabido acumular el polvo que sólo el paso de las horas y los días saben dejar detrás de sí como huella indelible de una acción postergada; en espera de un desenlace. Tenía una estampilla que conmemoraba las pinturas de Salvador Dalí de una serie que compré después de mucha deliberación y contemplación en la oficina de correos allá por la calle Once, esta tenía esa pintura de los relojes derritidos, sin estampar, en un sobre blanco de 162×229 mm con una dirección escrita a mano. La tinta escurrió ese día con el mismo descuido que suelo hacer las cosas cuando quiero hacer algo impulsivo pero que al último momento, en el último segundo no lo hago por decidía. Mi letra es rápida, de una califría con grandes impulsos que cualquiera que le pusiere los ojos encima no vacilaría en pensar que el que escribió esas letras iba de prisa o que era una carta con destino a esa masa de gente a la cual no se le depara ni el más mínimo sentido de que van a ser leidas por una persona. Daba todas las señas que era una mísiva con las intenciones de deshacerse de ella como cuando alguien manda una carta a la compañia de electricidad o al banco.

¿Por qué no lo hice? Intento recordar su contenido, ¿Seríase acabo una de esas cartas donde descargo las emociones de una afrenta? Iba para Carla ahora que recuerdo. Le decía que que cruel era por no haberme dejado su nueva dirección, le decía que a pesar de ser mujer sus sentimientos eran fríos, que cómo se atrevía a jugar así conmigo, con mis sentimientos, que qué creía, que los hombres no tenemos emociones ¿o qué? Y nunca llegó al buzón, ¿a qué dirección? Ahora iba a caminar.

La tarde era larga, como lo suelen ser cada vez que salgo a ver un poco de gente por las calles de la ciudad que nos une, ella quién sabe en dónde y yo aquí paseandome bajo lámparas a media luz, hace tanto que no la veo y ahora que vi esa carta la memoria de esa noche recorren aquellos viejos sentimientos que despertó en mi. Y tan sólo han pasado tres meses desde que inundo mi vida con todo su ser.

Debería de haber tirado esa carta desde hace mucho, pero no lo hago, la excusa de que la estampilla me puede ser util me detiene pero tampoco hago el más mínimo labor para despegarla del sobre, sería así de fácil. Sólo tendría que poner agua a hervir en una olla y poner el sobre encima de los vapores para desprender la estampilla del papel, ya lo hecho antes, ¿qué me detendrá? De alguna manera la paciencia que guardo, lo que siento dentro de mi, dice que sólo es cuestión de tiempo, es el modus vivendi del enamorado apacigüado, sí.

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