Antonio parecía del otro mundo, palido, huesudo y de triste figura al quién su ropa le colgaba más que vestirlo. Usaba siempre unos zapatos negros llamados Canadá que la zapatería 3 Hermanos empezaron a vender allá por los 70’s y que están muy de moda aún. Su paso era largo, casi de ganso, como los viejos alemanes de Hitler o los Rusos de Zócalo Rojo en Moscú que cuidan el cuerpo de Stalin. Derecho y carente de más mueca que lo que los ojos brindaran caminaba sin mirar más que adelante. Su voz salía ronca de su garganta y aunque un poco fuera de lo inusual sus palabras las media como si cada una valiera un tesoro. El rumor era que perteneció a una familia Menonita caida en desgracia. Ayer me lo encontré.
Nunca le conocí ninguna mujer y como yo soy un cabrón bien hecho y no desperdicio ninguna oportunidad de cogerme a una jaina, ya sea por seducción o por prostitución me sorprende que no tenga el mismo líbido que yo siendo pues que semos de la misma ciudad. Todos los demás eramos igual, cada noche era de chingarse a alguien o terminar de perdida puñetiandotela aunque eso no se cuenta como “sexo” sólo para poder contar las aventuras sexuales al otro día , él no era así.
So su compañia me cayó de perlas, era un obvio cambio al día y de por demás deseable y atractivo. El sol caía sobre el tope del ramaje de los árboles pintadolos de un verde limón, seríanse sí las 5 pm.
Cuando le llamé la atención ” Hey Antonio!” volteó y su mirada cayó en mi alma como una ancla al mar, se detuvo. Se me antojó preguntarle qué sentía no tener necesidad de coger, pero eso sería tan ímbecil de mi parte como suponer que nunca le hubiere visto el cuerpo desnudo a una mujer y sentirse afectado por ello. Se sentó a mi lado, “aló” fue lo que dijo sin la más mínima intonación que diera un indició de su estado de animo o emocional. Aló le contesté por igual, sabría que no le pondría mayor detalle al tono sarcástico de mi respuesta, sólo me miraba como queriendo ver más allá de mi cuerpo carnal, como si tuviere una maquina de rayos x que podía ver mi alma y pasar desapercibido mi exterior, y quizá veía algo porque el silencio que cubrió el momento de mi respuesta pareció detenerse por lo que me pareció una eternidad.
No hubo muchas palabras, un ¿qué tal estás? y un ¿bien y tú? salieron del encuentro cubierto de una sinceridad que no veo con frecuencia en mis otras amistades. Iba rumbo a su casa pero por más que quisiera saber cómo es que salió de ella en primer lugar y hacía donde daban esos pasos tan sistemáticos por el asfalto de mis calles sería tan inútil como preguntarle a Doña Ramirez por la receta de su salsa casera.
Lo curioso es que de todas las comunicaciones que tengo con la gente la de él es especial, ocurre a un nivel incomprensible para mi pero que no molesta, es como si dos almas opuestas se vieren en el espejo y se detuvieren para verse lo diferente que son del cada uno, así que me cayó de sorpresa cuando dijo que se iba. Y no se movió de su asiento, le miré.
Comprendí entonces que la religión tiene templos ocultos en lo cotidiano, comprendí que al decir que se iba una ausencia grande estaba a punto de materializarse en mi vida. Un hueco se veía en el horizonte, y mis ojos se retrocedieron a la introspección del descrubimiento aquel mientrás que las palabras de Antonio hacían un eco cuyas ondas se abrían más y más.
Escuché un alfiler caerse al suelo.
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