15 de diciembre de 2003

Uno nunca habla de sus fracasos, no sé a que se debera esto, pero no es de agrado hablar de los fallos de uno, como si el dolor del fallo fuera tan grande que relatarlo es ya darle de patadas al inviduo herido, pero así es, el fracaso, el fenómeno más grande en nuestras vidas no recibe mención más allá de una cita en los muchos logros de nuestras vidas, como si fuera si tan sólo una notilla al último, una manchita pequeña que se atrevió a entorceper el logro y algo que se supo superar.

El fracaso tiene mala fama, la neta, nadie quiere saber de ello, y desgraciadamente el fracaso es una de las cosas que más fuerte hace al individuo y su pago es rechazo, pues el fracaso es algo del cual no se quiere saber ni en el más mínimo detalle.

No se quiere ni en el más mínimo aspecto de nuestras vidas ya que el ideal del humano es el triunfo, el triunfo como solución al problema del medio ambiente en que nos desarrollamos.

Mas el fracaso es una emoción y cada quién la trabaja a su manera, tanto hombre como mujer, el fracaso tiene muchas manifestaciones, y como las tapas españolas, se consumen con alcohol en el caso de los hombres. Nosotros, los hombres, el fracaso nos caracteriza como la hombría que anseamos y que marca nuestros pasos, el fracaso, duele, por eso digo que es emoción. Y marca cómo un algo que no se pudo, este mismo fracaso después nos hará quienes somos porque aprendimos del fracaso los errores y sus cicatrices no queremos que nadie vea.

El fracaso es pues aprender, pero nadie lo ve así al momento de estar por caer.


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