24 de junio de 2003

Tengo dos baños en mi casa, uno en el segundo piso y otro en el primer piso, en el del primer piso tengo libros, si, me gusta leer cuando estoy hablando con los llamados de la madre naturaleza o las demandas de mi cuerpo. Tengo una copia de August Strindberg, en sueco por supuesto, el Cuarto Rojo, o en sueco Röda Rummet. Es viejo, lo compre en una tienda de segunda, por aquí en estos lares en mi esquina escandinavas. La gente cuando se muere los regala, no les da por conservarlos, y la generación que le daba por esos clásicos de literatura esta muriéndose ya, así que cuando voy a las tiendas esas, Cruz Roja, Salvation Army, et al, me cuestan si apenas 5 o 10 coronas a lo mucho, más no pago. Son libros hermosos de verdad, no como los de hoy, con suerte me encuentro unos con portadas de piel otros con espaldas de piel y otros con hermosas ilustraciones plasmadas al papel que al pasar los dedos por ellas sientes que los contornos hacen pasar su belleza por tus yemas.

Además esos libros son ‘viejos’ en el sentido que el lenguaje que se encuentra ahí es uno ya pasado, como si leyera uno a Sor Juana en su español para ella actual pero para nosotros arcaico y es que los suecos si apenas han pasado por una reforma de su idioma no hace un poquito más de 100 años atrás. Así que los libros contienen unas formas de escribir verbos que no se utilizan ya en la escritura sueca. Es un verdadero deleite para mi leerlos, aunque sea en el baño.

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